EPILOGO PARA MATEA

EPILOGO

Los días del pasado ¿Quién podrá contarlos?

Anónimo

Muere la vida, y de la misma suerte

muere el entierro rico y opulento

Quevedo


Francisco Bonal García


Lo sucedido en mil novecientos setenta y nueve fue un modesto drama provinciano que suprimió la posibilidad de cualquier desarrollo cultural autónomo de Albacete. Modesto drama al que sucedieron años despues dos farsas. Unas farsas en las que la buena voluntad de unos chocó contra la doblez de los actores públicos.

Antonio Matea Calderón, que ya escribía desde finales de la década de los cincuenta, fue un emigrante a Cataluña sencillamente porque no pudo, no le dejaron como a tantos, vivir donde había nacido. En los sesenta tuvo que tomar carretera y manta, y a Barcelona, lo mismo que podía haberse ido a Venezuela. Pertenecía Antonio Matea Calderón a una tertulia literaria de emigrantes a Madrid, a Buenos Aires, o a cualquier otro lugar sin regreso.

Luego vino el año mil novecientos setenta y nueve. La cultura, que fue muy importante para el desmontaje del franquismo, encontraría a la gente entrando por la puerta de los ayuntamientos... Desde luego lo sucedido fue que el cambio sirvió para que poco cambiase.

De hecho ni tan siquiera se trato de igual modo a los antifranquistas y a los remozados neos o nuevos demócratas, gente a la “Unión de Centro Democrático” en la cultura.

A los que pusimos un grano de arena contra el franquismo, la puerta de la calle. Nada más que aquello de “las cosas en palacio van despacio”.

En cualquier caso los cargos de la época fueron los responsables políticos de sus acciones y de sus omisiones, ya que la selección de personas y metas fue justo la contraria de lo que cabía esperar en 1979. En lugar de una acción integradora desde la izquierda, una política cultural excluyente desde un supuesto “centrado” que enmascaraba su conservadurismo.

El tiempo no vuelve aunque haya tropezado. Los pecados contra el Espíritu nunca se olvidan.

Bromeando he hablado algunas veces de veinticinco años de paz, a partir del año mil novecientos setenta y nueve, con partidos políticos entonces novedosos que redundaron políticas culturales viejas. La inmovilidad cultural fue un hecho desde el primer año, incluso algunas “nuevas” políticas resultaron menos “progresistas” que alguna del tardofranquismo, sin exageración, puede comprobarse a través de que grupos de teatro y obras se representaron, pagadas con dinero público, antes e inmediatamente después del año setenta y nueve.

Con aquellos mimbres el PCE y el PSOE mostraron su subordinación, poniéndo la venda antes que la herida, es decir que nunca hubo un cambio de rumbo de la cultura coincidente con la transición política, al contrario, su política cultural fue la reafirmación del proyecto cultural conservador y entrañó la destrucción del grupo generacional antifranquista.

Lo que pudo ser y no fue en la cultura local, ha devenido en multitud de ocasiones perdidas y personas aisladas, aquellos polvos fueron trayendo lodos.

Unos años despues, cuando ya las cosas andaban desencaminadas, y por ese motivo llegamos tan tarde a conocernos, cuando ya la grisura reinaba, conocí a Antonio Matea en un día de lluvia en la cafetería “Centro”, tan campechano como hoy, contando enseguida con la animadversión del otro Antonio, fundador del Parnasillo, tertulia literaria donde nos encontramos, porque nada tenían que ver sus personalidades, tan extrovertida la una como introvertida la del madrileño.

Iba y venía Matea a su pueblo de trabajo y adopción, pasaban los años, murió Andrés Duro del Hoyo, otro puntal del inicial Parnasillo, buen amigo, y ya había crecido nuestra confianza lo suficiente como para aprobarnos el uno al otro, que en el mundillo literario es tan difícil.

Con Antonio Matea Calderón he cruzado libros, prólogos y este epilogo, unos enlaces que extendidos con otros escritores y artistas hubiesen sido una malla de colaboraciones y aprecio con la que todos hubiéramos ganado, hubiésemos mejorado nuestra obra y nuestras personas, vivido mejor sin necesidad de numerario, por supuesto también la ciudad hubiera cosechado, un tejido de cultura que si bien pudo alcanzar a ser, para siempre permanecerá en el limbo de lo inexpresado.

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